Hace muchos años, en el corazón de Valpolicella, nacía Salumificio Valpolicella, un pequeño establecimiento dedicado a la cría de cerdos.
La vida era sencilla, marcada por los ritmos de la naturaleza y por el trabajo, duro pero apasionado, de la tierra; las temporadas velaban por el nacimiento y el crecimiento de los cerdos, alimentados y criados con esmero y dedicación por cada miembro de la familia, según las reglas de antaño.

Día tras día, cría tras cría, elaboración tras elaboración, con el paso del tiempo la pequeña actividad de matanza se ampliaba, crecía, evolucionaba.

De generación en generación, las técnicas se perfeccionaban, la demanda se multiplicaba, la producción aumentaba. La empresa se estructuraba cada vez más, la actividad del matadero se diversificaba cada vez más.
Muy pronto, la pequeña realidad de gestión familiar se convertía en una auténtica excelencia italiana, capaz de estar siempre al día, evolucionando, renovándose y respondiendo a la demanda de un mercado cada vez más diversificado y selectivo.
Pero, ¿cuál es el secreto de este éxito? Más de uno se lo preguntará. No existen secretos que desvelar, ni alquimias que descubrir.

Solo existe el milagro del amor, que cada día se cumple, a través de un trabajo sabio y respetuoso de las tradiciones de antaño, donde las únicas reglas que vigen son las lentas y atávicas de la naturaleza y donde cada cerdo es cuidado y criado con esmero y dedicación desde su nacimiento.

Sí, porque siempre es el amor, el que regala un final feliz.
El final feliz de una historia que empezó hace más de cien años y que está destinada a ser contada durante mucho tiempo más.

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